Sionismo revisionista

Zeev Jabotinsky (abajo a la derecha) en una reunión con líderes revisionistas y miembros de Betar en Varsovia, entre ellos Menájem Beguín (abajo a la izquierda).

El sionismo revisionista es el nombre que recibe el ala derecha tradicional del sionismo fundada por Zeev Vladimir Jabotinsky que se orientó históricamente hacia el mayor grado del nacionalismo judío. Entre sus máximos exponentes se encuentra, además del propio Jabotinsky, el ex primer ministro de Israel; Menájem Beguín.

Origen[editar]

Este movimiento surgió a raíz de una escisión en la Organización Sionista Mundial cuando los sionistas más activos se separaron de los órganos oficiales del sionismo, durante la década de 1920, para formar una organización propia que reinterprete los verdaderos principios de Theodor Herzl, ya que (según los revisionistas) las instituciones oficiales del sionismo (dirigidas en ese momento por Chaim Weizmann) no tomaban medidas suficientes para la inmediata creación del Estado judío en Palestina (en parte por su política negociadora con el Imperio Británico); por eso el sionismo revisionista tuvo la idea de desarrollar grupos activos que tomaran por sus propios medios el objetivo de crear el Estado judío en la Tierra de Israel. A diferencia del sionismo socialista, los revisionistas no consideraban correcto mezclar al sionismo con otras ideologías, sino concentrar sus esfuerzos únicamente en luchar por la independencia hebrea sin participar en la política internacional. Para esos propósitos, Jabotinsky creó distintas organizaciones: una rama juvenil-educativa en 1923 (Betar), una rama política en 1925 (Unión Mundial de Sionistas Revisionistas) y una rama paramilitar en 1931 (Irgún).

Ideología[editar]

Zeev Jabotinsky, líder, fundador e ideólogo del movimiento revisionista.

El sionismo revisionista tiene ese nombre porque su objetivo era hacer una "revisión" del sionismo político de Theodor Herzl. El sionismo es la idea de crear un estado judío soberano en Eretz Israel, se basa en el derecho divino del pueblo judío sobre tierra santa, la habitación histórica de los judíos en el territorio y el apego del pueblo judío sobre este, especialmente sobre la ciudad de Jerusalén. La idea del establishment sionista era llegar a esto mediante la aliá y la negociación.

El sionismo revisionista (fundado por Jabotinsky) sostiene estos ideales con mayor fervor y con un orgullo nacionalista importante. Para Jabotinsky la negociación con los británicos para establecer un estado judío en el Mandato británico de Palestina no era suficiente ya que luego de la declaración Balfour, no se hicieron mayores avances, y las relaciones entre sionistas y británicos fueron en decremento luego de que los últimos limitaran la inmigración judía en Palestina con el Libro Blanco (White Papers en Inglés). Esto junto al trato desigual de los gobernantes británicos de los judíos frente a los árabes fueron las justificaciones de los revisionistas para tomar más acción con el fin de crear el estado judío. Para los revisionistas las negociaciones no eran suficientes y se debía echar a los británicos de Eretz Israel a la fuerza. También los revisionistas sostenían que judíos no solo debían defenderse de los ataques árabes, sino que también debían de contraatacarlos. Esta filosofía es la que diferencian al Irgún y Leji (grupos paramilitares revisionistas) de la Haganá (milicia de defensa judía). Los revisionistas también incentivaban la aliá y el activismo social.

El principal objetivo político del revisionismo era mantener la integridad territorial de la tierra histórica de Israel y establecer un estado judío con una mayoría judía en ambos lados del río Jordán. El restablecimiento del Estado judío fue siempre un objetivo importante para el revisionismo ideológico, pero no se iba a ganar al costo de partir Eretz Israel. Zeev Jabotinsky y sus seguidores, por lo tanto, rechazaron sistemáticamente las propuestas de partición de Palestina en un Estado árabe y un Estado judío. Menájem Beguín, el sucesor de Jabotinsky, por lo tanto, se opuso al Plan de Partición de la ONU de 1947. Los revisionistas consideran que la partición de Palestina posterior a los acuerdos de armisticio de 1949 carecen de legitimidad.[1]

El Mandato Británico de Palestina incluye el territorio actual de Israel, Cisjordania, Gaza y Jordania. La región al oeste de río Jordán se administraba por separado como "Palestina". Los sionistas revisionistas han reclamado todo el mandato de Palestina y no sólo la porción occidental, como parte del estado judío. En consecuencia, durante muchos años después del establecimiento de Israel, este movimiento no reconocía la existencia de Jordania. Sin embargo, para la década de 1970, la legitimidad de Jordania ya no estaba en duda.

Shtei Guedot[editar]

Shtei Guedot La-Yarden (a ambos márgenes del Jordán) fue una parte importante de la ideología revisionista. Es la idea de que Israel debe comprender

los territorios del antiguo Mandato Británico de Palestina, que hoy comprenden Israel, Jordania y los territorios palestinos. Esto lo sustentan con que según la declaración Balfour, Israel tiene derecho a todos los antiguos territorios del mandato británico. Actualmente gran parte del movimiento revisionista ya no postula esta idea, aun así sigue siendo utilizada como símbolo del revisionismo.

Muralla de Hierro[editar]

La postura del revisionismo frente al conflicto árabe-israelí se resume en el artículo de Jabotinsky "La Muralla de Hierro" escrito en 1923 y revisado en 1937. En 1933 Jabotinsky escribió "La Ética de la Muralla de Hierro" en respuesta a críticas que calificaban de inmoral a su anterior artículo. Estos artículos exponen cual debería ser la política israelí sobre el conflicto según Jabotinsky. Cabe recalcar que fueron escritos previo al establecimiento del estado judío. En la Muralla de Hierro Jabotinsky afirma no tener nada en contra de los árabes, dice que la relación con los árabes debe ser "indiferencia gentil", es decir que no debe ser distinto el trato hacia los árabes que hacia cualquier otro pueblo, pero si los árabes atacan a los judíos, Israel debe responder ferozmente a los árabes que hayan atacado.[2]

Artículo de Zeev V. Jabotinsky traducido al español:

LA MURALLA DE HIERRO: Nosotros y los árabes

Contrariamente a la excelente regla de ir al grano directamente, debo comenzar este artículo con una introducción personal. El autor de estas líneas es considerado un enemigo de los árabes, alguien que propone su expulsión, etc. Esto no es verdad. Mi relación emocional con los árabes es la misma que con los otros pueblos – una educada indiferencia. Mi actitud política hacia ellos se caracteriza por dos principios. Primero: la expulsión de los árabes de Palestina es absolutamente imposible. Existirán siempre dos naciones en Palestina – lo cual para mí es bueno, en tanto los judíos sean mayoría. Segundo: estoy orgulloso de haber sido miembro del grupo que formuló el Programa de Helsingfors. Lo formulamos, no sólo para los judíos, sino para todos los pueblos, y su base es la igualdad de todas las naciones. Estoy dispuesto a jurar, por nosotros y nuestros descendientes, que nunca destruiremos esta igualdad y nunca intentaremos expulsar u oprimir a los árabes. Nuestro credo, como el lector puede ver, es completamente pacífico. Pero es absolutamente otro asunto si será posible lograr nuestros propósitos pacíficos a través de medios pacíficos. Esto depende, no de nuestra actitud hacia los árabes, sino exclusivamente de la actitud de los árabes hacia el sionismo.

Tras esta introducción podemos pasar al asunto principal. Que los árabes de la tierra de Israel voluntariamente lleguen a un acuerdo con nosotros está más allá de toda esperanza en el presente, y en el futuro inmediato. Esta convicción íntima la expreso de manera tan categórica no para consternar a la facción sionista moderada, sino por el contrario para salvarlos de la decepción. Aparte de aquellos que han sido virtualmente “ciegos” desde la niñez, todos los otros sionistas moderados han comprendido desde hace tiempo que no existe ni siquiera la menor esperanza de obtener el acuerdo con los árabes de la tierra de Israel para que “Palestina” se convierta en un país con mayoría judía.

Todo lector tiene alguna idea de la historia temprana de otros países que han sido colonizados. Sugiero que recuerde todas las instancias conocidas. Si intentara buscar siquiera un ejemplo de un país colonizado con el consentimiento de aquellos nacidos allí, fracasaría. Los habitantes nativos (no importa si son civilizados o salvajes) siempre han opuesto una obstinada resistencia. Además, la manera en que actúa el colonizador no ha importado en absoluto. Los españoles que conquistaron México y Perú, o nuestros propios ancestros en la época de Joshua ben Nun se comportaron, podría decirse, como saqueadores. Pero aquellos “grandes exploradores”, los ingleses, escoceses y holandeses que fueron los reales primeros pioneros de Norteamérica eran gente que poseían un elevado nivel ético; hombres que no sólo deseaban dejar a los pieles rojas en paz sino que les daba lástima hasta una mosca; gente que con toda sinceridad e inocencia creía que en esos bosques vírgenes y vastas praderas existía espacio disponible para ambos, los blancos y los pieles rojas. Sin embargo, el nativo resistió ante los bárbaros y ante los civilizados con el mismo grado de crueldad.

Otra cuestión que no ha tenido importancia fue si existió o no sospecha de que el conquistador deseaba remover a los nativos de su tierra. La vasta extensión de los Estados Unidos nunca contuvo más que uno o dos millones de indios. Los aborígenes combatieron a los colonos blancos no por temor a ser expropiados, sino simplemente porque nunca existió un habitante indígena que haya aceptado el establecimiento de otros en su país. Cualquier población nativa – no importa si es civilizada o salvaje– ve a su país como su hogar nacional, del cual desean siempre ser los dueños absolutos. Ellos no permitirán voluntariamente, no sólo un nuevo dueño, sino incluso un nuevo vecino. Y esto sucede con los árabes. Los partidarios del compromiso en nuestro campo intentan convencernos de que los árabes son unos tontos que pueden ser engañados por una edulcorada formulación de nuestros propósitos, o una tribu de buscadores de dinero que abandonarán el derecho a su tierra nativa de Palestina por beneficios económicos y culturales. Rechazo de plano esa afirmación. Culturalmente los árabes palestinos están 500 años detrás nuestro, espiritualmente no tienen nuestra resistencia o nuestra fuerza de voluntad. Podemos hablar tanto como queramos acerca de nuestras buenas intenciones; pero ellos saben como nosotros lo que no es bueno para ellos. Sienten hacia Palestina el mismo amor instintivo y el fervor que un azteca sentía respecto de su México o un sioux hacia su pradera. Pensar que los árabes consentirán voluntariamente la realización del sionismo a cambio de beneficios culturales y económicos resulta infantil. Tal pueril fantasía de nuestros “arabófilos” proviene de algún tipo de menosprecio del pueblo árabe, de una apreciación infundada de esta raza como una chusma pronta a dejarse sobornar para que compremos su tierra patria a cambio de una red ferroviaria.

Esta visión no tiene fundamento en absoluto. Árabes individuales pueden quizá ser comprados pero esto difícilmente significa que todos los árabes en Eretz Israel tienen la voluntad de vender un patriotismo que ni siquiera los papúes negociarían. Todo pueblo indígena resistirá a los colonizadores.

Esto es lo que los árabes en Palestina están haciendo, y persistirán en hacer mientras conserven una sola chispa de esperanza de que serán capaces de prevenir la transformación de “Palestina” en la “Tierra de Israel”.

Algunos de nosotros pensaba que se había producido un malentendido, que por esa razón los árabes no comprendían nuestras intenciones, ellos se oponían a nosotros, pero, si aclarábamos cuán modestas y limitadas eran nuestras aspiraciones, estrecharían nuestras manos en paz. Esto también es una falacia comprobada una y otra vez. Es suficiente recordar sólo un incidente. Tres años atrás, durante una visita aquí, Sokolow desplegó un gran discurso sobre esa verdadera “incomprensión”, empleando un lenguaje engañoso para probar cuan groseramente equivocados estaban los árabes al suponer que nosotros pretendíamos arrebatar sus propiedades o expulsarlos de su país, o suprimirlos. Esto definitivamente no era así. Ni siquiera queríamos un estado judío. Todo lo que deseábamos era un régimen representativo de la Liga de las Naciones. Una réplica a este discurso se publicó en el periódico árabe Al Carmel en un artículo cuyo contenido brindo de memoria, pero estoy seguro de que es un relato fiel.

Nuestros grandes sionistas se perturban innecesariamente, escribió su autor. No hay malentendidos. Lo que Sokolow plantea respecto del sionismo es verdad. Pero los árabes ya conocen esto. Obviamente, hoy los sionistas no pueden soñar con expulsar o eliminar a los árabes, o incluso establecer un estado judío. Claramente, en este período están interesados sólo en una cosa – que los árabes no obstaculicen la inmigración judía. Además, los sionistas han prometido controlar la inmigración de acuerdo con la capacidad de absorción económica del país.

El editor de esta publicación quiere creer que la capacidad de absorción de Eretz Israel es muy grande, y que resulta posible radicar gran cantidad de judíos sin afectar a un solo árabe. “Es justamente eso lo que los sionistas quieren, y lo que los árabes no desean. De esta manera los judíos se convertirán, paulatinamente, en mayoría e, ipso facto, se constituirá un estado judío y el destino de la minoría árabe dependerá de la buena voluntad de los judíos. ¿Pero no son los mismos judíos quienes nos plantean cuán ‘agradable’ era ser una minoría? No existe ningún malentendido. Los sionistas desean una cosa – libertad de inmigración – y es la inmigración judía lo que nosotros no queremos.”

La lógica empleada por este editor es tan simple y clara que deberíamos aprenderla de memoria y convertirse en una parte esencial de nuestra noción de la cuestión árabe. No tiene importancia si citamos a Herzl o a Herbert Samuel para justificar nuestras actividades. La misma colonización tiene su propia explicación, integral, ineludible, y comprendida por cualquier árabe y cualquier judío. La colonización puede tener solamente una meta. Para los árabes palestinos la misma resulta inadmisible. Está en la naturaleza de las cosas. Cambiar esa naturaleza es imposible.

Un plan que parece atraer a muchos sionistas es el siguiente: si es imposible obtener el aval para las aspiraciones sionistas por parte de los árabes palestinos, entonces debe ser obtenido de los árabes de Siria, Irak, Arabia Saudita y quizá de Egipto. Incluso si esto fuera posible, no modificaría la raíz de la situación. No modificaría la actitud de los árabes del territorio israelí hacia nosotros. Hace setenta años, la unificación de Italia se logró, con la retención por parte de Austria de Trento y Trieste. Sin embargo, los habitantes de esas ciudades no solo rechazaron aceptar la situación, sino que lucharon contra Austria con renovado vigor. Si fuera posible (lo cual dudo) discutir sobre Palestina con los árabes de Bagdad y La Meca como si ella fuera una especie de reducida, inmaterial tierra fronteriza, Palestina seguiría siendo para los palestinos no una tierra fronteriza, sino su tierra nativa, el centro y base de su propia existencia nacional. Por ende sería necesario llevar a cabo la colonización contra la voluntad de los árabes palestinos, que es la misma condición que existe hoy.

Un acuerdo con los árabes que están fuera de la Tierra de Israel es también una ilusión. Para que los nacionalistas de Bagdad, La Meca y Damasco acepten una contribución tan onerosa (acordando renunciar a la preservación del carácter árabe de un país ubicado en el centro de su futura “federación”) deberíamos ofrecerles algo sumamente valioso. Podemos ofrecerles sólo dos cosas: dinero o asistencia política o ambas cosas. No podemos ofrecerles nada más. Respecto del dinero, resulta ridículo pensar que podríamos financiar el desarrollo de Irak o Arabia Saudita, cuando no tenemos lo suficiente para la Tierra de Israel. Diez veces más ilusoria es la asistencia política para las aspiraciones políticas de los árabes. El nacionalismo árabe se propone los mismos objetivos que el nacionalismo italiano antes de 1870 y que el nacionalismo polaco antes de 1918: unidad e independencia. Estas aspiraciones significan la erradicación de toda traza de influencia británica en Egipto e Irak, la expulsión de los italianos de Libia, la eliminación de la dominación francesa de Siria, Túnez, Argelia y Marruecos. Para nosotros apoyar tal movimiento sería suicida y desleal. Si omitimos el hecho de que la Declaración Balfour fue firmada por Gran Bretaña, no podemos olvidar que Francia e Italia también la firmaron. No podemos intrigar para remover a Gran Bretaña del Canal de Suez y del Golfo Pérsico y para eliminar el gobierno colonial francés e italiano sobre el territorio árabe. No podemos tener en cuenta ese doble juego de ninguna manera.

Así concluimos que no podemos prometer nada a los árabes de la Tierra de Israel o a los países árabes. Su acuerdo voluntario está fuera de cuestión. Por esa razón, a quienes sostienen que un acuerdo con los nativos resulta condición esencial para el sionismo podemos ahora decirles “no” y exigir su salida del sionismo. La colonización sionista, incluso la más restringida, debe ser concluida o llevada adelante sin tener en cuenta la voluntad de la población nativa. Esta colonización puede, por ende, continuar y desarrollarse sólo bajo la protección de una fuerza independiente de la población local – una muralla de hierro que la población nativa no pueda romper. Esta es, in toto, nuestra política hacia los árabes. Formularla de otra manera sólo sería hipocresía.

No sólo esto debe ser así, es así lo admitamos o no. ¿Qué significan para nosotros la Declaración Balfour y el Mandato? Es de hecho un poder imparcial que se propone crear tales condiciones de seguridad de manera tal que la población local pueda ser disuadida de interferir nuestros esfuerzos.

Todos nosotros, sin excepción, demandamos constantemente que este poder cumpla estrictamente sus obligaciones. En este sentido, no hay diferencias sustanciales entre nuestros “militaristas” y nuestros “vegetarianos.” Unos prefieren una muralla de hierro de bayonetas judías, los otros proponen una muralla de hierro de bayonetas británicas, unos terceros postulan un acuerdo con Bagdad, y parecen estar satisfechos con las bayonetas de Bagdad – un gusto algo extraño y peligroso- pero todos aplaudimos, día y noche, la muralla de hierro. Destruiríamos nuestra causa si proclamamos la necesidad de un acuerdo, y hacemos creer a los titulares del Mandato que no necesitamos una muralla de hierro, sino más bien conversaciones sin fin. Tal planteo sólo puede perjudicarnos. Por ende es nuestro deber sagrado poner a la vista tal conversación y probar que es una trampa y un engaño.

Dos breves observaciones: en primer lugar, si alguien sostiene que este punto de vista es inmoral, respondo: no es verdad; el sionismo es moral y justo o es inmoral e injusto. Pero esta es una cuestión que deberíamos haber establecido antes de convertirnos en sionistas. Nosotros ya hemos definido esa cuestión, y en el sentido afirmativo.

Consideramos que el sionismo es moral y justo. Y dado que es moral y justo, debe hacerse justicia, no importa si Joseph, Simon, Ivan o Achmet acuerden con eso o no.

No hay otra moralidad.

Todo esto no significa que algún tipo de acuerdo no sea posible, sólo un acuerdo voluntario es imposible. Mientras exista una mínima esperanza de que puedan expulsarnos, no negociarán esas esperanzas, ni por dulces palabras ni por apetitosos bocados, porque ellos no son bandidos sino una nación, quizá debilitada pero aún viviente. Un pueblo efectúa tales enormes concesiones sólo cuando ya no tiene esperanzas. Sólo cuando no se percibe ni una sola hendidura en la muralla de hierro, sólo entonces los grupos extremos pierden su poder, y el liderazgo pasa a los grupos moderados. Sólo entonces estos grupos moderados se acercarán a nosotros proponiendo concesiones mutuas. Y sólo entonces los moderados sugerirán propuestas para comprometerse en cuestiones prácticas como ser darnos garantía contra la expulsión, o igualdad y autonomía nacional.

Soy optimista de que ellos terminarán brindándonos tales garantías y que ambos pueblos, como buenos vecinos, podrán entonces vivir en paz. Pero el único camino para llegar a ese acuerdo es la muralla de hierro, es decir, el fortalecimiento en Palestina de un gobierno sin ningún tipo de influencia árabe, es decir, un gobierno que combatirán los árabes. En otras palabras, para nosotros la única senda que conduce hacia un acuerdo en el futuro es el rechazo absoluto de cualquier intento de un acuerdo presente.
Zeev Vladimir Jabotinsky, 1923

Organizaciones revisionistas[editar]

Betar[editar]

Articulo principal: Betar

Betar (hebreo, בֵּיתַ"ר) es una movimiento juvenil sionista (tnua) fundada por Zeev Jabotinsky en Riga, Letonia en 1923. Su objetivo es educar a jóvenes judíos de 3 a 21 años sobre Israel, el sionismo, el judaísmo y los principios y valores revisionistas del propio Betar. En sus principios se enfocaba en la preparación militar de sus miembros, pero hoy en día se encarga de educar lúdicamente a los jóvenes utilizando el método de educación no formal. Actualmente tiene sedes en distintas partes del mundo, por ejemplo Australia, Brasil, Italia, Uruguay y por supuesto Israel.

Unión Mundial de Sionistas Revisionistas[editar]

La Unión Mundial de Sionistas Revisionistas fue una organización política fundada en 1925 en París por Jabotinsky.

Nueva Organización Sionista[editar]

Articulo principal: Nueva Organización Sionista

La Nueva Organización Sionista fue creada por Jabotinsky en 1931 con el objetivo de oponerse a la Organización Sionista Mundial controlada en ese entonces por el establishment sionista opuesto a Jabotinsky. La organización no tuvo mucho éxito y se disolvió en 1946 cuando sus miembros volvieron a integrarse a la OSM.

Irgún[editar]

Articulo principal: Irgún

Emblema del Irgún.

El Irgún Tzvai Leumi (Organización Militar Nacional), también conocido como Etzel, fue un grupo paramilitar judío de ideología sionista revisionista que opero clandestinamente en el Mandato Británico de Palestina de 1931 a 1948, cuando fue integrado a las FDI. Su objetivo era proteger los asentamientos judíos en Palestina de los ataques árabes, pero a diferencia de la Haganá, no se limitó solamente a defender sino también a contraatacar. Su objetivo principal era echar a los británicos de Palestina a la fuerza para fundar el Estado de Israel. Debido a sus ataques a militares y políticos británicos, fue catalogado por el Reino Unido como organización terrorista.

ZZW[editar]

Articulo principal: Unión Militar Judía

El ZZW (siglas en polaco de Unión Militar Judía) fue un grupo paramilitar judío que se opuso a los nazis en el levantamiento del Gueto de Varsovia durante la Segunda Guerra Mundial. Estaba compuesta principalmente por células del Irgún y miembros de Betar, entre ellos su comandante; Pavel Frenkel. Casi todos sus miembros cayeron en combate.

Lejí[editar]

Articulo principal: Lejí

El Lejí fue otro grupo militar clandestino que opero en el Mandato Británico de Palestina. Esta era el ala más radical del Irgún que se separó en 1940 cuando los líderes del Irgún declararon un alto al fuego incondicional con los británicos debido a que ambos tenían un enemigo en común: Alemania. Los miembros del Lejí no estaban de acuerdo con esto y se separaron para seguir la lucha con los británicos. El Lejí también fue catalogado como organización terrorista.

Herut[editar]

Articulo principal: Herut

Bandera del partido político israelí Likud.

El Herut fue un partido político de derecha fundado por el ex-comandante del Irgún Menájem Beguín. Este sostenía las ideas sionistas revisionistas de Jabotinsky. Le hizo frente al establishment sionista de izquierda de Ha-Avodá (Partido Laborista Israelí). En 1973 se unió a otros partidos de ideología similar para formar la coalición Likud.

Likud[editar]

Articulo principal: Likud

El Likud fue una alianza política de derecha formada por Menájem Beguín en 1973. Llegó al poder por primera vez tras las elecciones de 1977 en las cuales Beguín se consagró como primer ministro. En 1988 el partido se unificó completamente. Hoy en día es el partido político más grande de Israel, su líder es el primer ministro Benjamín Netanyahu.

Véase también[editar]

Referencias[editar]

  1. Jonathan Rynhold, Dov Waxman, Ideological change and Israel's disengagement from Gaza.Publicado en Political Science, marzo de 2008
  2. «Jabotinski: La Muralla de Hierro». web.archive.org. 25 de febrero de 2005. Consultado el 28 de enero de 2024. 

Enlaces externos[editar]